viernes, 4 de abril de 2025

Diana Surprise



 Jules Joseph Lefebvre 
"Diane surprise (Diana sorprendida)"
1879 
Óleo sobre tela 
279 x 371,5 cm. - Marco: 280 x 372,1 x 2 x 0,5 cm.
Inv. 2730 

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El autor de la obra es Jules Lefebvre (1836-1911), pintor oriundo de Tournan, Francia. Con una maravillosa trayectoria como artista, fue uno de los mayores exponentes del academicismo francés y ganador del primer premio en el Salón de París en 1878. 

La pintura que vemos es la Diana Sorprendida. Diana, hija de Leto y Zeus, siempre está representada con una medialuna en la frente. Es la diosa de la pureza, la castidad y los animales. Lo interesante de ella es que, desde su nacimiento, demostró ser vivaz, inteligente y poseedora de una gran claridad mental. Asistió al parto de su gemelo Apolo y, al ver el dolor físico que conlleva dar a luz, la madre de todos los siervos le pide a Zeus conservar la virginidad durante la eternidad.

En la pintura, se encuentra tomando un baño con sus ninfas. Esta excusa siempre es leitmotiv de la desnudez en la cultura clásica, porque ¿qué otra cosa estaría haciendo desnuda si no es bañándose? ¿Hay otra cosa para hacer? Por supuesto que no, solo bañarse. Entonces, el motivo era el baño, el problema es que quien descubre desnuda a Diana es condenado a muerte.

En la Metamorfosis de Ovidio, Acteón ve a Diana en lo que pareciera ser el momento previo a tomar una ducha. Aunque las ninfas corren a cubrirla para conservar su pureza, el cazador, encandilado por su belleza, se niega a apartar la mirada. Como castigo divino, los sabuesos se lo devoran vivo. Lo interesante de esta obra es que nos muestra un momento de extremo devocionismo: todas las ninfas corren a cubrir a Diana sin importar incluso su propia desnudez. Mientras tanto, la diosa de la pureza, con el ceño fruncido, dirige la mirada hacia fuera, porque un intruso ha irrumpido en su mundo sagrado. Él no pertenece a la esfera divina que las ninfas y la diosa representan, por lo que han de reprenderle de alguna manera.

Si miramos compositivamente el cuadro, notaremos la presencia del triángulo rafaeliano, estructura clásica que sostiene una base estable, recurso compositivo muy usado en el Renacimiento. Organizan las figuras con una geometría equilibrada, traen armonía y solidez. Rafael, siempre con los pies sobre la tierra, usaba esta disposición para dar orden y claridad.

Si observamos el cuerpo de las ninfas, nos daremos cuenta de que son expresiones corpóreas de niñas que parecieran estar en un pasaje intermedio entre la niñez y la madurez del cuerpo femenino. No hay exuberancia en la descripción de los pechos, apenas se visualiza vello púbico; todo está suavemente atenuado, lo que refuerza la pureza e inocencia dentro de la escena.

Estilizar el cuerpo femenino de esta manera era un recurso muy utilizado en el academicismo francés porque la idealización de la figura femenina prevalecía sobre el realismo anatómico. La textura marmolada de las pieles y la iluminación difusa crean una esencia más etérea, casi escultórica, que enfatiza en la naturaleza inalcanzable de las figuras divinas. Por otra parte, la carnación no es a la manera de Rembrandt, naturalista, sino que pareciera ser previa a, como si quisiera recuperar la carnación del Renacimiento, donde vemos un claroscuro sin apelar a una estructura más extrema entre luces y sombras. Sino más bien, hay una paleta más armoniosa. Directamente es un claroscuro de color piel, amarillo de Nápoles, generalmente llevado al negro, que contiene capas y capas de veladura. Ni siquiera hay una construcción en paleta del color, pero pareciera apelar a las ideas del Renacimiento, que son apolíneas, arquetípicas, no tan naturalistas. ¿Por qué? Porque la naturaleza es imperfecta; el arte sí es perfecto en ese sentido.

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