miércoles, 18 de junio de 2025

Por qué no milito, pero pienso.

 Me acusan de tibia. Dicen que no tomar partido es una forma de indiferencia, de cobardía incluso. Que si no milito por una causa, entonces todo me da igual. Pero no es verdad. No me da igual el mundo; me atraviesa, me abruma y me duele. Es precisamente por eso que no puedo encerrarme en un solo bando, porque los bordes son porosos y las verdades, demasiado complejas para caber en una bandera.

No milito, es verdad. Pero pienso. Y pensar, hoy, es un acto más profundo y radical que cualquier grito.

Pensar implica no repetirse, no obedecer. No ceder al confort de las consignas, ni a la ceguera  por ideologías que, con el tiempo, se endurecen y se olvidan de lo humano. Pensar implica traicionar incluso lo que creíamos el día de ayer. Cambiar de opinión sin perder la coherencia ética. Dudar.

En cambio, militar —cuando se vuelve doctrina— muchas veces anestesia. Nos da enemigos claros, respuestas automáticas, sentido de pertenencia, pero también nos roba el temblor. Por eso digo que la izquierda y la derecha ya no piensan: gestionan ideas heredadas, implantadas en esa guerra de relatos en que cualquiera que no elija se vuelve sospechoso. Como si la neutralidad no fuera, a veces, una forma de resistencia.

Para mí, la verdadera tibieza está en quienes eligen bando y se refugian en él.

Porque yo tengo a todos en contra.

A la derecha, por cuestionar el privilegio, la desigualdad, el mercado como dios. A la izquierda, por no romantizar el caos y no justificar la brutalidad en nombre de utopías oxidadas.

Yo no soy neutral porque estoy sola. Y, desde esa soledad escribo, pienso, resisto. Busco lo bueno en donde nadie mira. Me atrevo a decir que la belleza es tan política como un panfleto, y que el arte es más revolucionario que muchas marchas sin alma porque la estética —cuando no es decorativa— incomoda, quiebra discursos. Nos recuerda que el mundo no es sólo una máquina, sino un misterio.

Vivimos en una época con pocos intelectuales verdaderos —y los que hay son de izquierda—. No porque falten personas inteligentes, sino porque falta coraje.

El intelectual no es el que sabe mucho, sino el que incomoda. El que piensa por cuenta propia, aún cuando eso lo deje sin aliados. El que no se arrodilla ante lo políticamente correcto ni ante lo moralmente conveniente. El que se permite empatizar con quien no comparte su ideología, y criticar a quien sí la comparte. El que elige la complejidad, sabiendo que eso significa quedar afuera de todo.

Hoy, en cambio, sobran expertos y faltan pensadores. Sobran influencers de la razón y faltan almas lúcidas.

La derecha tiene economistas de plató, tecnócratas del miedo, gerentes de ideología y la izquierda, muchas veces, ha perdido la imaginación. Ya no escribe manifiestos; hace hilos de Twitter.

Los intelectuales verdaderos no nacen del privilegio, sino de la incomodidad. No obedecen al poder, pero tampoco a la moda de ir contra él. Habitan un lugar sin aplausos: el del temblor.

Por eso no milito. Porque no quiero servir a ninguna causa que me impida pensar por mí misma. Porque prefiero la duda sincera a la certeza fanática. Porque ya no me importa parecer tibia, si eso me permite ser honesta. Pensar es resistir. Y pensar desde la belleza, aunque no cambie el mundo, puede recordarnos que aún somos capaces de sentirlo.

Aunque tal vez y solo tal vez, detrás de toda esta máscara de escritos pseudointelectuales, sólo se esconda una niña gritándole al mundo "a mí nadie me dirá lo que tengo o no tengo que hacer".




Bibliografía 


Arendt, Hannah. 2003. Entre el pasado y el futuro. Madrid: Taurus.

Bauman, Zygmunt. 2003. Modernidad líquida. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

Camus, Albert. 2009. El hombre rebelde. Madrid: Alianza. (Obra original publicada en 1951).

Foucault, Michel. 1992. Microfísica del poder. 2.ª ed. Madrid: Ediciones de La Piqueta.

Said, Edward W. 1996. Representaciones del intelectual. Barcelona: Debate.

viernes, 4 de abril de 2025

Diana Surprise



 Jules Joseph Lefebvre 
"Diane surprise (Diana sorprendida)"
1879 
Óleo sobre tela 
279 x 371,5 cm. - Marco: 280 x 372,1 x 2 x 0,5 cm.
Inv. 2730 

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El autor de la obra es Jules Lefebvre (1836-1911), pintor oriundo de Tournan, Francia. Con una maravillosa trayectoria como artista, fue uno de los mayores exponentes del academicismo francés y ganador del primer premio en el Salón de París en 1878. 

La pintura que vemos es la Diana Sorprendida. Diana, hija de Leto y Zeus, siempre está representada con una medialuna en la frente. Es la diosa de la pureza, la castidad y los animales. Lo interesante de ella es que, desde su nacimiento, demostró ser vivaz, inteligente y poseedora de una gran claridad mental. Asistió al parto de su gemelo Apolo y, al ver el dolor físico que conlleva dar a luz, la madre de todos los siervos le pide a Zeus conservar la virginidad durante la eternidad.

En la pintura, se encuentra tomando un baño con sus ninfas. Esta excusa siempre es leitmotiv de la desnudez en la cultura clásica, porque ¿qué otra cosa estaría haciendo desnuda si no es bañándose? ¿Hay otra cosa para hacer? Por supuesto que no, solo bañarse. Entonces, el motivo era el baño, el problema es que quien descubre desnuda a Diana es condenado a muerte.

En la Metamorfosis de Ovidio, Acteón ve a Diana en lo que pareciera ser el momento previo a tomar una ducha. Aunque las ninfas corren a cubrirla para conservar su pureza, el cazador, encandilado por su belleza, se niega a apartar la mirada. Como castigo divino, los sabuesos se lo devoran vivo. Lo interesante de esta obra es que nos muestra un momento de extremo devocionismo: todas las ninfas corren a cubrir a Diana sin importar incluso su propia desnudez. Mientras tanto, la diosa de la pureza, con el ceño fruncido, dirige la mirada hacia fuera, porque un intruso ha irrumpido en su mundo sagrado. Él no pertenece a la esfera divina que las ninfas y la diosa representan, por lo que han de reprenderle de alguna manera.

Si miramos compositivamente el cuadro, notaremos la presencia del triángulo rafaeliano, estructura clásica que sostiene una base estable, recurso compositivo muy usado en el Renacimiento. Organizan las figuras con una geometría equilibrada, traen armonía y solidez. Rafael, siempre con los pies sobre la tierra, usaba esta disposición para dar orden y claridad.

Si observamos el cuerpo de las ninfas, nos daremos cuenta de que son expresiones corpóreas de niñas que parecieran estar en un pasaje intermedio entre la niñez y la madurez del cuerpo femenino. No hay exuberancia en la descripción de los pechos, apenas se visualiza vello púbico; todo está suavemente atenuado, lo que refuerza la pureza e inocencia dentro de la escena.

Estilizar el cuerpo femenino de esta manera era un recurso muy utilizado en el academicismo francés porque la idealización de la figura femenina prevalecía sobre el realismo anatómico. La textura marmolada de las pieles y la iluminación difusa crean una esencia más etérea, casi escultórica, que enfatiza en la naturaleza inalcanzable de las figuras divinas. Por otra parte, la carnación no es a la manera de Rembrandt, naturalista, sino que pareciera ser previa a, como si quisiera recuperar la carnación del Renacimiento, donde vemos un claroscuro sin apelar a una estructura más extrema entre luces y sombras. Sino más bien, hay una paleta más armoniosa. Directamente es un claroscuro de color piel, amarillo de Nápoles, generalmente llevado al negro, que contiene capas y capas de veladura. Ni siquiera hay una construcción en paleta del color, pero pareciera apelar a las ideas del Renacimiento, que son apolíneas, arquetípicas, no tan naturalistas. ¿Por qué? Porque la naturaleza es imperfecta; el arte sí es perfecto en ese sentido.

Por qué no milito, pero pienso.

 Me acusan de tibia. Dicen que no tomar partido es una forma de indiferencia, de cobardía incluso. Que si no milito por una causa, entonces ...